La cola del pavo real

Hubo un tiempo en que los pavos reales podían volar más alto que cualquier otro pájaro. Un día, después de remontarse por los aires hasta casi tocar las nubes, el pavo real descendió suavemente, se posó a la orilla de un estanque de aguas plácidas y contempló su imagen reflejaba en el agua.

“ ¡Qué feo que soy!”, se dijo, descontento con el color pardo y el tono apagado de su plumaje. “Daría cualquier cosa por que mis plumas tuviesen pintas rojas y brillasen con hermosos reflejos dorados”.

Y aquella noche se durmió lamentándose de su aspecto vulgar.

Cuando el pavo real despertó el día siguiente, comprobó que sus plumas marrones habían cobrado un brillante color irisado en el que el azul marino se mezclaba con el verde esmeralda, el púrpura y el turquesa. Pero lo que más le maravilló fue su larga cola, que podía desplegar como el abanico de su emperador.

Fascinado por su nueva apariencia, el pavo real comenzó a pasearse por el bosque y a presumir de su belleza:

- ¡Mirad qué hermoso es mi plumaje! –les decía a todos los animales con los que se cruzaba-. ¡Vamos, salid todos a verme! ¡Voy a volar por encima de los árboles para que todos podáis admirar la belleza de mis plumas!

Entonces el pavo real desplegó sus alas, pero, cuando intentó elevarse, descubrió que el peso de su larga cola le impedía alzar el vuelo.

Desde la rama de un abedul, un gorrioncillo de plumas marrones vio los esfuerzos inútiles del pavo real y le dijo:

- ¿No querías tener las alas más bonitas del mundo? Pues ahora ya las tienes. Pero, con la mano en el corazón, ¿de verdad merecía la pena pagar por ellas un precio tan alto?

Antes de que el pavo real pudiera replicar, el gorrión alzó el vuelo y se perdió en el aire.

La vanidad se paga cara.